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De camino a su casa Noah compró una pequeña jaula donde
materia al canario rojo, la misma era tan diminuta que le quitaba la
posibilidad al canario de siquiera extender sus cortas alas, sin embargo, había
espacio para lo imprescindible a ojos de Noah, el pájaro, un cuenco de agua, y
otro cuenco de comida ¿qué más necesitaría nuestro amigo emplumado? ¡si con eso basta! Las otras jaulas eran más
caras, así que como el ave no es grande ¿para qué comprar otra más costosa, y
cuyo espacio no aprovecharía? ¿verdad? No lo veía necesario. Mientras que el
canario, maldecía con todas sus fuerzas al cuchitril al que fue confinado,
“este tonto, ¿cómo podré ejercitar mis alas? ¿y si quiero hacer un nido? Anda,
abre estas malditas barras de madera irrompibles y me echaré hacia tus ojos,
cobarde” bueno, no sólo estaba rojo por su plumaje, sino, que por el enojo y
estrés del cual estaba siendo víctima en esos momentos, agarrado con sus patas
a los barrotes, picándolos, y agitándose en contra de los mismos, sus
pensamientos donde le infligía dolor a su atrapante eran recurrentes. Pero a
Noah le parecía un comportamiento divertido, tierno, sin que por su mente
cruzase la idea de que aquel pájaro al que veía tan energético y adorable,
quería arrancarle sus cuencas oculares.
Tardaron aproximadamente dos horas en llegar a la casa de
Noah, pues el hombre había preferido caminar hacia su hogar, sin caer en
cuenta, de que las vistas que le ofrecía al canario quizás serían las últimas
que viera del mundo exterior en un buen tiempo, mientras que Noah pensaba en
asuntos irrelevantes para el canario, nuestro amigo emplumado se calmaba
lentamente, y pensaba ¿cómo podría zafarse de tal situación?, si una vez pudo
escapar de un halcón, ¿¡cómo no podría escapar de un simio sin pelo, ni garras,
o colmillos?! Su agilidad le salvaría, no era un pájaro fuerte, pero sabía que,
en cuanto a rapidez, nadie le ganaba, y no le ganaría un humano por segunda vez,
se negaba a volver a caer en unas de sus sucias trampas. Una vez pasaron la
puerta de la morada que Noah estaba rentando, una pequeña niña que estaba
peinada de dos coletas altas con un pequeño flequillo, mostraba un vestido de
lunares, y mantenía sus pies descalzos sobre el piso frío, le observaba desde
la puerta de su habitación, engullendo una paleta de caramelo a su tiempo. Con
pequeños pasos se acercó a su padre, y en el momento en que vio la jaula que
cargaba Noah, esta pegó un pequeño salto por la sorpresa, y abrió ambos ojos como
si fueran un par de platos.
-¡Wow! ¡Que pájaro más bonito! - Exclamó con una sonrisa en su rostro, mientras que el canario la veía
con desagrado, “Iugh, otro simio sin pelo, ni gracia, y ruidoso. Apenas entro y
ya anda graznando” pensó mientras retrocedía hasta la esquina de la jaula, aunque
eso se logró apenas con un par de pasos. Mientras que la niña acercaba su
rostro a la jaula y el olor dulce impregnaba y asqueaba a las fosas nasales del
canario, el padre de la niña comenzó a hablar.
- Me alegro que te haya gustado, es para ti. Pero no lo saques
mucho de la jaula, que podría echarse a volar. - Mencionó mientras le extendía
la pajarera a su hija, ella, sin demorar más se la llevó a su habitación, donde
la colocaría al lado de una ventana que daba la vista a un parque, el pájaro observaría
las vistas que se presentaban ante sus ojos, deseando volar sobre aquellos
arboles que se imponían tan cerca de él, pero a la vez, que no alcancanzaría
por esfuerzo que hiciese.
Y junto a la ventana, dentro de una jaula diminuta, incapaz de
moverse mucho, y cada día, viendo el exterior con el deseo de salir volando en
cualquier momento, el pájaro vivió junto a Noah y su hija. Algunas veces comía,
otras ni siquiera picaba lo que la niña le dejaba, cantaba cuando sus “dueños”
no estaban, pero callaba cuando llegaban, iba de esquina a esquina en la jaula,
a pesar de que eso era logrado a partir de un par de pasos, Vania le asignó el
nombre de “Lina” pensando que tenía un pájaro hembra, y poco a poco el canario
comprendió que cuando la niña le decía de esa manera quería recibir su atención,
pero él nunca se la brindó, la ignoraba a pesar de que la niña le llamara infinidad
de veces, repitiendo una y otra vez sin cansancio, casi como si tuviera la
intención de molestarle, y lo lograba aún sin desearlo. Lentamente nuestro amigo
emplumado comenzaba a sentir un estrés aplastante, quería volar de allí, ya no soportaba
ver el cuarto donde se hallaba, no soportaba a los simios sin gracia que le
habían quitado su libertad, esos barrotes que le aprisionaban eran su mayor enemigo
“si esas cosas no estuvieran allí… Mierda, que feliz sería” pensaba día con
día, noche tras noche.
Por consecuencia, la salud del canario fue deteriorándose; Su
plumaje ya no era esplendido, era pobre, gracias al estrés que sintió el pequeño
pájaro, se quitó una por una sus plumas, dejando grandes calvas a través de su
cuerpo. Adelgazó, y los músculos de sus alas se habían vuelto fofos, era débil.
Su bello cantar se dejó de escuchar aún cuando sus “dueños” no estaban. Sólo se
quedaba allí, viendo a la ventana, resignado.
Un día Vania estaba viendo la televisión mientras andaba
sola en casa, y se encontró con el programa chileno de 31 minutos, era el
primer capítulo de la primera temporada, ella se interesó en lo que estaba
viendo, y justo después de ver la nota verde de Juan Carlos Bodoque un hueco se
formó en su corazón, pues había visto como los pájaros libres que son enjaulados
se someten a grandes niveles de estrés y se quitan su plumaje, cosa que había
hecho su canario Lina. La niña se acercó al pájaro para verle mejor, y se dio
cuenta de todo el daño que le había hecho. Arrepentida, y con lágrimas en los
ojos, ella abrió la pequeña jaula acercándola a la ventana, inclinándola para
animar al canario a salir, este no salió por voluntad propia, sino que resbaló
por la inclinación y las pocas fuerzas que tenía, y así cayó dirigiéndose a un
frío pavimento, pues la pequeña familia vivía en el noveno piso de un edificio,
y nuestro amigo emplumado a pesar de aletear intentando elevarse en el cielo,
no tenía la fuerza, no tenía plumaje, así que inevitablemente terminó estrellándose
en contra del suelo. Pero nuevamente sus alas deslumbraron por el rojo que
presumían.
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